HAY DOS CLASES DE SILENCIO.
Uno que asfixia y ahoga, otro que oxigena, equilibra y armoniza.
Hay dos clases de cansancio: uno tedioso y estéril, otro lleno de sentido, rico y fecundo.
Hay dos clases de soledad: una que hasta “acompañada” destruye, otra que «sola o acompañada», edifica, planifica y ¡REVIVE!
Hay dos clases de trabajo: uno que esclaviza y mutila, otro que vivifica, ilumina y libera.
Hay dos clases de risa: una que ofende y agrede, otra que alegra, entusiasma y reanima.
Hay dos clases de mirada: una que degrada y mutila, otra que enaltece, reconforta y sublima.
Hay dos clases de relaciones: unas que aniquilan y envilecen, otras que logran el ‘milagro’ de hacer surgir lo mejor de nosotros mismos.
Hay «dos clases» de casi todo y cada uno de nosotros, desde el fondo de nuestros corazones, sabemos con qué ‘clase’ de realidad decidimos vivir.
La vida no se nos da «de una vez» y para siempre, la vida se nos da cada día, cada minuto, cada instante.
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